Roberto Urbano

Por Nathalie Pariente

Roberto Urbano (Granada, 1979) posee, como nadie, el arte de no encontrarse donde se le cabría esperar.

Esto es bastante frecuente en los artistas cuya obra y aparato crítico están en construcción, pero es particularmente cierto en su caso y se hace patente con la última presentación que el Palacio de la Madraza Universidad de Granada le consagra en este principio de 2018: «Sorge: el cuidado y la cura».

Entre el título y la obra, una primera brecha se abre, teniendo en cuenta que «Sorge» nos viene de un concepto heideggeriano (concepto que será desarrollado en las páginas siguientes por Jan Canteras. Pues bien, ¿qué podría estar más alejado de las nociones de cuidado y cura, que estas obras de metal, colocadas bien en el suelo o en la pared, a mitad de camino entre pintura y escultura, de un aspecto a primera vista solemne, por lo menos enigmático, casi peligroso y en todo caso inquietante?

Tomemos las obras en su materialidad. Observamos que están compuestas por estructuras metálicas alargadas, depositadas en el suelo o colgadas en el muro, formando carriles cortados, en los cuales se fijan perpendicularmente, barras de hierro también, tipo de estores componiendo ventanas opacas que el ojo desearía naturalmente atravesar, si no fuese por la rugosidad del material. Debido a la oxidación del metal, las distintas capas superpuestas le confieran a la obra, una vida propia, misteriosa, a la vez mineral, orgánica y metálica. A esto se añade que, por el fenómeno de la fusión del metal, las lamelas están erizadas en picas, provocando de nuevo la impresión de que, bajo esta «piel-corteza» bulle una vida misteriosa que la imaginación podría asociar a un ejército de personajes aliñados y turbulentos, un pueblo fantasma o montañas irregularmente erosionadas.

Si nos acercamos a las obras, en particular Marina colocada en la sala principal, en contrapunto a las ruinas Nazaríes en el lecho de roca del edificio, las barras de metal separadas permiten descubrir el suelo, estando delineadas tal como el gráfico de un electro cardiograma, efecto causado por las sombras de los picos erizados proyectándose fantasmagóricamente en el mármol blanco.

Por lo contrario, si nos alejamos de la orilla, el mar se vuelve pura pintura, estableciendo definitivamente la obra de Roberto Urbano, fuera de toda categoría estética rígida, entre pintura y escultura, aunque el mismo revindique su veneración por la obra escultórica de Sergio Prego y la de Asier Mendizabal.

La materia se hace más espesa, las capas de erosión hacen que cada lamela lleve su vida propia, confiriendo al metal unas tonalidades cromáticas distintas, vibrantes.

La vida, una vida, desarrollándose ante nuestros ojos.

 

Roberto Urbano íntimo

Descubrí el trabajo de Roberto Urbano en 2017 en su exposición «La arpa y la sombra» que tuvo lugar en el espacio «La Empírica» de Granada. Se trataba de una interpretación simbólica de la obra epónima de Alejo Carpentier, unos de los autores emblemáticos en la mitología personal del artista, muy afinada en particular cuando se trata de literatura sudamericana.

Presentada como un «collage visual», la exposición se interrogaba sobre la noción de paraíso, especialmente en el caribe, cuestionando los estereotipos a fin de analizar el impacto de las ideas de la ilustración, así como el sincretismo religioso en esta región del mundo. La exposición sugería todos los posibles simbólicos partiendo desde el mito bíblico fundador hasta el paraíso perdido de la infancia. En fin, un paraíso del cual hemos sido expulsados por el turismo de masas, y sobre todo por la modernidad, que ya no es, desde hace mucho tiempo, una promesa de felicidad.

En la entrada, un pelicano observaba la exposición y reinaba en majestad, tal como un observador indestructible y seguramente dubitativo frente al resto del escenario. En otra parte, una palmera cuyas hojas estaban ya compuestas de metal cortado, estaba asentada en una guillotina. En fin, dos elementos esenciales prefiguraban de antemano las preocupaciones actuales del artista: ya un mar de metal, en dimensiones más reducidas en este caso, desenrollaba sus olas erizadas y se hacía eco de un espejo dorado, cuya cara cortada como un puzle, deconstruía la imagen del espectador.

Si la exposición de «La Empírica» presentaba una visión historicista y simbólica del mundo, las obras de la Madraza, de naturaleza intimista y meditativa están relacionadas con el conocimiento del ser que suscitan estas piezas de metal, espejos que tendremos que atravesar después de haber vencido nuestros miedos interiores. 

Para el artista, estos dispositivos cubiertos de distintas capas de metal representan una oportunidad de interrogarse sobre la realidad del material y encontrar su punto de autenticidad. La mirada del espectador en este sentido es muy elocuente ya que reproduce, esta misma interrogación.

Alejado de la obra, el espectador está confrontado a un mar oscuro e impreciso, casi borroso, y a medida que se acerca a la orilla de ese, el peligro se hace más concreto ya que las barras de metal erizadas nos sugieren una amenaza eminente. Paradójicamente, aparecen en el suelo intersticios entre las lamelas que se abren como la corola de una flor. El espectador se da también cuenta de que este «ejercito de picas» aparece como una montaña que hubiera sido mordisqueada y constituye finalmente un peligro relativo. En la realidad, el metal sigue su proceso de erosión, cayéndose tal como una piel o la corteza de un árbol, y cubre el suelo entre las lamelas.

La travesía del espejo ha podido operarse sin obstáculos. La realidad del material ha dado paso al encuentro del ser con su propia verdad.

La montaña

La montaña tiene mil metros de altura.

He decidido comérmela poco a poco. Es una montaña como todas las montañas: vegetación, piedras, tierra, animales, y hasta seres humanos que suben y bajan por sus laderas.

Todas las mañanas me echo boca abajo sobre ella y empiezo a masticar lo primero que me sale al paso. Así me estoy varias horas. Vuelvo a casa con el cuerpo molido y con las mandíbulas desechas. Después de un breve descanso me siento en el portal a mirarla en la azulada lejanía.

Si yo dijera estas cosas al vecino de seguro que reiría a carcajadas o me tomaría por loco.

Pero yo, que sé lo que me traigo entre manos, veo muy bien que ella pierde redondez y altura.

Entonces hablarán de trastornos geológicos.

He ahí mi tragedia: ninguno querrá admitir que he sido yo el devorador de la montaña de mil metros de altura.

1957

Virgilio Piñera, Cuentos.

 

De lo íntimo a la historia

En este aspecto, el autor cubano Virgilio Piñera (1912-1979) también figura en el panteón personal de Roberto Urbano. Escritor, dramaturgo (prefigurando el teatro de Ionesco), poeta y traductor, Virgilio Piñera está ante todo reconocido por sus cuentos a la vez distanciados, minimalistas y descarnados. Tal como Alejo Carpentier, y unos años antes que él, esta percibido hoy como uno de los primeros autores en la literatura cubana que haya desacralizado el mito del caribe como paraíso terrestre. Silenciado por el régimen castrista que le reprocha su no conformismo y su homosexualidad. A la famosa declaración de Castro en sus “Palabras a los intelectuales” de 1961 evocando como consideraba el destino de los intelectuales cubanos “¡Dentro de la Revolución, todo. Fuera: nada!”, Virgilio Piñera contestará con estas palabras lacónicas: “¡Tengo miedo!”

Manejando el humor negro, lo grotesco y lo absurdo, su obra es no obstante el reflejo de la condición humana. 

Si Roberto Urbano se refiere a menudo a este autor, me parece que es por una triple razón:

En primer lugar, indirectamente y bajo la forma de metáfora, el autor interroga la naturaleza humana en lo irreductible y lo universal, la angustia de la muerte por ejemplo («La bañera»). También porque describe la vida cotidiana en Cuba, el hambre que padecen sus habitantes, impulsando la obra en una dimensión política, muy poco enmascarada. (En “La Carne» el autor critica indirectamente el gobierno cubano que exporta toda la carne del país, dejando hambrientos a los cubanos). En fin, a través de numerosos cuentos evocando el canibalismo, Virgilio Piñera afirma la naturaleza animal y arcaica del hombre, de la cual, a pesar de sus numerosas gesticulaciones, no puede escapar.

Esto me lleva a evocar el pensamiento de otro autor, esta vez francés, que políticamente se sitúa del lado opuesto de Virgilio Piñera, por estar asociado a la Revolución  Cubana (la historia a veces nos tiende trampas de las que solo ella tiene el secreto), el escritor, filósofo y mediólogo Régis Debray.

Para resumir su recorrido de una densidad excepcional, digamos solamente que Régis Debray nace en 1940 en París y que después de sus estudios secundarios se adhiere al Partido Comunista. En 1960, logra el concurso de la prestigiosa “Ecole Nationale Supérieure”, y pasa la Agregación de filosofía en 1965. El mismo año, se instala en Cuba y sigue al Che Guevara en Bolivia antes de ser capturado en 1967 por las fuerzas gubernamentales bolivianas. Su condena a muerte se conmuta por pena de encarcelamiento de 30 años, gracias a una extensiva campaña mediática llevada por Jean-Paul Sartre. Después de cuatro años, es liberado y se instala en Chile antes de volver a Francia en 1973. Entre muchos otros compromisos, en 2005 crea la revista “Médium. Transmettre pour innover” (“Transmitir para innovar”) y es nombrado Presidente de Honor del Instituto europeo en ciencias de las religiones, que había fundado unos previos años.

Si menciono el trabajo de Régis Debray es porque a lo largo de mis entrevistas con Roberto Urbano, aparece en filigrana la visión reciente del filósofo francés, desarrollada en particular en su publicación: “Madame H.” (2015) (* 1): «Hemos abandonado la economía de la salvación buscando nuestra salvación en la economía. Antes de darnos cuenta y sin prevenir, la era cristiana ha finalizado con la substitución de los grandes mitos de la historia, por la ciudad del éxito. Es inútil pues buscar a Doña H. y correr detrás de ella. Se ha retirado.»

Para Régis Debray, la historia propone una unidad orgánica entre pasado, presente y futuro, que es ante todo un asunto de imaginario. Sin embargo, una época dominada por la economía no aleja el fanatismo y la violencia, sino que los provoca. Para el autor, la característica del post modernismo que ha evacuado toda creencia es que el pasado y el arcaísmo vuelven a la superficie. Estos arcaísmos están constituidos de bases religiosas, étnicas, lingüísticas y regionales. “¡Por más que detestemos la tierra y la sangre, vuelven a la superficie!» (*2)

La pieza de Roberto Urbano en la cripta abovedada “Dasein” esta presentada y sacralizada con toda solemnidad. El visitante no tiene ninguna posibilidad de acercarse y la obra ha de ser percibida a distancia con toda su majestad y su misterio. Colgada en la pared y prolongándose en el suelo, evoca el manto del rey de una civilización primitiva y milenaria, desaparecida en la historia.

Me parece que cuando Roberto Urbano despliega sus esculturas de metal, se interroga sobre un posible futuro hacia un arcaísmo irremediable. Cuando la oxidación del metal hace aparecer una vida subyacente, incontrolada e incontrolable, no puedo impedirme pensar en lo que Régis Debray considera como un límite en el pensamiento de los filósofos de la ilustración : lo que no habían previsto, y después de ellos los progresistas, son «todas estas cosas subterráneas que atormentan y carcomen a los hombres ». (*3)

Son estas cosas subterráneas, bajo la piel del metal, sobre lo que se interroga Roberto Urbano. Para mí, y es lo que constituye la fuerza de su trabajo, introspección personal y visión de la historia se entrelazan y contribuyen a la edificación de su proyecto artístico.

Nathalie Pariente, Granada, enero 2018

 

 

Nathalie Pariente es historiadora de arte y comisaria de exposición independiente. Desde 2015, vive entre París y Granada. Es Miembro de la asociación c-e-a, (Commissaires d’exposition associés), París.

*1 Régis Debray, «Madame H», Régis Debray, Ediciones Gallimard, París, 2015.

*2 «Entretiens France Culture – Répliques», Régis Debray y Alain Finkielkraut, «L’Adieu à l’Histoire» 21 noviembre 2015. https://www.franceculture.fr/emissions/repliques/l-adieu-l-histoire 8 (en linea)

*3 « Entretiens France Culture – Répliques», Régis Debray y Alain Finkielkraut, «Régis Debray est-il réaccionnaire ? », 1er abril 2006.  https://www.franceculture.fr/emissions/repliques/regis-debray-est-il-reactionnaire-rediffusionde-lemission-du-01-04-2006 (en linea)