Los demonios del paraíso

Throughout the island world of the Pacific, scattered men of many European races and from almost every grade of society carry activity and disseminate disease”

*Robert Louis Stevenson, The Ebb-Tide (Bajamar)

 

Por Simón Zabell

A finales de 1520 Fernando de Magallanes se encontró con un mar, hasta entonces desconocido para los europeos, y lo llamó Pacífico por la calma de sus aguas en comparación con las del estrecho que acababa de superar y que acabaría llevando su nombre. Pensando estar cerca ya de su destino, no podía sospechar que había entrado en un lugar inmenso, el más inmenso del mal llamado planeta Tierra, que cambiaría para siempre nuestro concepto de Edén.

Un marinero que relata haber visto un lugar donde no hay que trabajar, nunca hace frío y las mujeres van desnudas, es algo muy arraigado en la imaginería europea y que ha acabado por crear dos realidades: la de quienes hemos soñado con estar allí para vivir libre de preocupaciones, y la de aquellos que fueron y tristemente no hicieron lo que los primeros soñábamos. Imponer el pudor, la monogamia, la ética del trabajo y el amor por las posesiones materiales no es lo mismo que vivir libre de preocupaciones.

En El arpa y la sombra parece quedar materializado ese océano, cuya inmensidad intenta ser compensada mediante la repetición de sus rizos, todos iguales pero ninguno idéntico, que se empeñan en dificultar nuestro acceso a ese lugar. Miramos esas aguas fabricadas por Roberto Urbano y podemos imaginar muchas más, y podemos imaginar igualmente que al otro lado, sea lo que sea lo que haya, estará siendo sometido a las fuerzas que arribaron para quedarse después de la travesía de Magallanes. Esa palmera dispuesta en una guillotina, a punto de morir de la mano del pensamiento ilustrado como si tuviese la culpa de su parentesco con el Paraíso. Mientras, un pelícano permanece impasible.

Simbólicamente el pelícano podrá significar lo que le parezca, pero evolutivamente no se ve afectado por la llegada del Cristianismo a los trópicos, ni tampoco por la del Pensamiento ilustrado. Quizás los asuntos que nos preocupan sean menos importantes de lo que pensamos. Nunca sabremos si nos reímos nosotros de los pelícanos o si son ellos los que se ríen de nosotros; no sabemos cómo es su risa.

A quienes logren atravesar ese Mar de hierro quizás les espere La playa de Falesá de Stevenson, donde un comerciante europeo llena un bosque de artilugios que con el viento hacen ruidos demoníacos para mantener alejados a los nativos de sus negocios. Cualquier sonido de origen desconocido es sospechoso de ser cosa del demonio, y la obra Las nuevas religiones demonizan a sus dioses anteriores no es una excepción. Detrás del muro sonoro que ha creado Roberto Urbano hay personas que intentan comunicarnos algo, pero nosotros sólo oímos el retumbar de las voces de los dioses del Pacífico convertidos en diablos.

Simon Zabell, febrero de 2017